LA CARRERA DE LA CLASE MEDIA POR LLEGAR A FIN DE MES

La mayoría de la población desarrolla desgastantes estrategias de consumo para sobrevivir a las políticas económicas del gobierno. “La vida cotidiana es una locura”, sintetizan, cómo tienen que organizar sus compras al costo de un tremendo desgaste emocional.

La “chica promo”. La del fixture de ofertas. La que lleva un calendario de descuentos semanal, con rubros, comercios y tipo de billetera virtual, banco o medio de pago que aplica cada día. La que siente que armó su propio “Ministerio de Economía doméstico y barrial”, coordinando con los comerciantes que la conocen qué día hará cada pago para aprovechar las promociones. Los que descubrieron segundas marcas y supermercados mayoristas. Los nuevos “maratonistas de la clase media” corren tras una meta común por alcanzar: llegar a fin de mes. Y mientras más experiencia ganan en cazar la promo y el descuento, más agotados están.   

Mientras los precios y los salarios suben por escaleras bien distintas, la clase media intensifica la carrera para llegar a fin de mes, con estrategias varias y nuevos hábitos de compra y de consumo. Distintos “corredores” cuentan a Página/12 las estrategias que utilizan para combinar y maximizar beneficios. Reconocen que es estresante organizarse y que pierden mucho tiempo en programar las compras en distintos comercios y supermercados de acuerdo a los porcentajes de devolución y otras ventajas. Y coinciden que desde que asumió la presidencia Javier Milei “la vida cotidiana es una locura”.

La chica promo

Marta habla como si estuviera corriendo una carrera de larga distancia. Esta contadora de 48 años que vive en Villa Urquiza junto a su pareja y sus dos hijos de 22 y 8 años se define como “la chica promo”, alguien que no se pierde “el solo por hoy”, la oferta, el descuento. “Puedo comprarte una bikini en agosto y un tapado en diciembre. Compro por el precio y no por necesidad y ahora se acentúa, porque además no hay precios. No solamente tenés que estar atenta al solo por hoy, a la oferta del día, sino a no olvidarte el teléfono, porque si no te perdés la promo con la Cuenta DNI o el Modo Galicia”.

“Es como un ejercicio que también fomenta la prevención del Alzheimer”, ironiza, histriónica. “¡Las claves, tenés que acordarte de las claves! ¿Qué billeteras tenés? ¿Cuál es el QR? ¿Cuál es el banco? ¿Cuál es el descuento? ¿Quién te da la oferta? ¿Quién te da cuotas? Hacés cuentas. ¿Me conviene cuota o me conviene descuento? Hay una aplicación que le ponés el precio y te dice si te conviene más hacerlo con descuento o financiado en cuotas. Es como si te encontrás en un plan conspirativo, porque si pago con Modo, ¿qué estoy dejando de hacer con la Cuenta DNI?”, relata en modo stand up.

No tiene armado un fixture, programa lo que comprará en función de las promociones, pero también señala que empiezan a surgir “convenios” y a vincularse de manera personal. “A Víctor, el verdulero de la calle Cullen, le escribo por WhatsApp, le hago el pedido y le digo: una parte te la pago hoy con Cuenta DNI para aprovechar el descuento; la otra parte te la pago mañana con Modo. Armo como un Ministerio de Economía doméstico y barrial, donde Víctor se convierte en una especie de banco local y yo puedo manejar el descuento, ganar un poquito con la Cuenta DNI y ganar un poquito con la promo de Modo”, explica la contadora de Villa Urquiza.

“Lo bueno de esta desgracia que estamos viviendo es que uno aprende a sobrevivir. El ‘peluca’ (Milei) te obliga a vivir de este modo. Creo que somos aptos para vivir en cualquier tipo de crisis económica y social. Nos volvemos todos mini unidades de comercio justo”, concluye.

Carolina Camps

Malabares domésticos

Marta compra mucho online, un hábito que incorporó a partir de la pandemia. “Lo que pasa hoy es que no hay precio de referencia, entonces por ahí te cobran 9.000 pesos un kilo de uva y 7.000 pesos el kilo de asado. ¿Qué hacés? No podés hacer uva a la parrilla ni clavarte un asado de postre… Ahí es donde empecé a recorrer y a optimizar mis compras buscando productos en diferentes lugares y generando vínculos con Víctor, el verdulero, con Juan, el carnicero y con Romina, la chica de la dietética que vende productos congelados. Y vamos paliando juntos las desgracias y quejándonos cada uno con su tristeza y con su dolor, porque todo esto es desquiciante”, asume Marta.

“El ejercicio de supervivencia no te lo da ninguna facultad, ninguna carrera, ningún libro de autoayuda, porque es encontrar el equilibrio entre lo que necesito, lo que me dan y lo que puedo comprar”, resume esta contadora que afirma tener “el récord de utilización de descuentos” y precisa que llega al 28 de cada mes “con un cansancio mental” por haber tenido que correr la maratón de promociones, cuotas, reintegros y descuentos varios. “Esperemos que esto termine pronto; igual veo todo cada vez peor con este mamarracho de presidente”, diagnostica.

Sandra Cartasso

Como Marta, muchas familias de clase media hacen malabares para luchar contra la pérdida del poder adquisitivo. Los precios se dispararon cerca de un 130 % desde diciembre del año pasado mientras que los salarios, que subieron por una escalera distinta, apenas aumentaron un 89 por ciento. El derrumbe del consumo y la proliferación de descuentos de billeteras virtuales, promociones bancarias y reintegros de tarjetas de crédito son las dos caras de una misma moneda: una economía recesiva que busca paradójicamente tentar a los consumidores. 

El costo emocional

Laura tiene 48 años, es médica y vive en el barrio de Almagro. “No queda otra que tomarse esto con humor, a pesar del costo emocional que tiene para algunas personas como yo”. Por la cantidad de horas que trabaja y su rutina cotidiana con su hija, no siempre logra sacarles el jugo a los descuentos y promociones de las tarjetas y las billeteras virtuales. “A veces entro en esta vorágine de correr, me apuro para terminar de trabajar y aprovechar el 25 por ciento de descuento que tiene tal día Mercado Pago. Correr para aprovechar los descuentos genera en mí un estado estresante. Uno entra en conflicto con esa carrera: ¿vale la pena hacerlo? ”, dice y su pregunta queda como flotando en el aire. 

Laura está atenta a los descuentos y por eso a veces “anda de gira” por distintos supermercados; comprar alimentos, bebidas, frutas y verduras en un mismo comercio es un hábito que quedó arrumbado en el pasado. “Los descuentos de las tarjetas, las cuotas, los reintegros, te hacen sentir una pelotuda si no respondés y termina siendo una locura total, como todo lo que propone este gobierno”, reflexiona. ¿Qué se gana y qué se pierde apelando al ingenio de maximizar descuentos? “Gano el reintegro de 10.000 pesos, pero pierdo por el desgaste emocional que me produce esta situación”, evalúa.

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